¿LA PRIMERA SEÑAL EXTRATERRESTRE?

En octubre de 2017 un misterioso objeto procedente del espacio exterior se aproximó a la Tierra. Se trata de OUMUAMUA, catalogado por la Unidad Astronómica Internacional como el primer objeto interestelar. La singularidad de su trayectoria y su extraña forma ha sido objeto de debate entre la comunidad científica. Avi Loeb, astrofísico de Harvard y autor de «Extraterrestre», no ha tenido ninguna duda: «se trata de la primera señal de Vida Inteligente fuera de nuestro planeta».

«Mucho antes de que supiéramos de su existencia, el objeto estaba viajando hacia nosotros desde la dirección de Vega, una estrella a solo veinticinco años luz…». Así comienza «Extraterrestre», el controvertido libro escrito por Avi Loeb, astrofísico Estadounidense, de origen Israelí, de la Universidad  de Harvard y considerado por la revista Time en 2012 como una de las veinticinco personas más influyentes en la ciencia espacial. En «Extraterrestre» Avi Loeb plantea la más audaz hipótesis acerca de OUMUAMUA, el objeto errático que visitó nuestro sistema solar en 2017. Se trata del primer signo de vida transmitido por una civilización inteligente más allá de nuestro planeta.

oumuamua

EL OBJETO SIN NOMBRE

Esta historia comienza el 19 de octubre de 2017. En la Universidad de Hawái (EE UU), hay un telescopio de sondeo panorámico, conocido como Pan-STARRS que continuamente está «radiografiando» el cielo tratando de localizar aquellos cometas y asteroides que puedan significar una amenaza ante el riesgo de que terminen impactando en la Tierra. Aquel día, el telescopio no había detectado nada anormal hasta que, en un momento determinado, sus lentes enmarcaran el más extrañó objeto divisado nunca.

Escrutando a través del telescopio, el joven astrofísico canadiense Robert J. Weryk debió limpiar las lentes de sus gafas más de una vez antes de salir de su asombro ante lo que estaba contemplando a tan solo 30 millones de kilómetros de la Tierra. La velocidad y la órbita de aquel objeto que al principio fue bautizado con el nombre de P10Ee5V (originales los científicos) no se parecía a nada de lo que había estudiado en la Universidad. Su velocidad, de 46 kilómetros por segundo (la Tierra se mueve a 29 kilómetros por segundo) era tal alta que podía escapar del campo gravitatorio del Sol. Debido a esta velocidad, en lugar de describir una elipse cerrada, el objeto realizaba una trayectoria abierta o hiperbólica, es decir, que nunca más volvería a aproximarse a nuestro planeta.

El misterioso objeto fue renombrado como C/2017 U1, donde la letra C lo catalogaba como un Cometa. Sin Embargo, nuevas observaciones realizadas desde distintos telescopios evidenciaron que el objeto no reunía las características de un cometa: carece de la famosa «cola» que deja una estela de polvo y gases a su paso por el cielo…

Así que, una semana después, el objeto se definió como un Asteroide y pasó a denominarse A/2017 U1. Aunque tampoco parecía que encajara en esta definición: su reducido tamaño, su exceso de luminosidad (diez veces más que cualquier otro asteroide), así como su extraña forma, no encajaban con la de un asteroide típico; lo que unido a su origen fuera del Sistema Solar, terminaría convirtiéndolo en un auténtico rompecabezas para la Unión Astronómica Internacional que no sabia como etiquetarlo. Por fin, terminó denominándolo como 1|/2017 U1, donde el término |1 alude a que se trata del primer objeto interestelar avistado en el espacio.

Poco tiempo después, el equipo de astrónomos del telescopio Pan-STARRS, en colaboración con la Universidad de Hawái, decidió rebautizar el objeto con la denominación Oumuamua, una expresión hawaiana que podría traducirse algo así como «primer mensajero distante» o, si se prefiere, «mensajero lejano que llega primero». ¿Se trata pues de la primera señal enviada hace cientos de millones de años por una lejana civilización extraterrestre que habría naufragado en algún rincón de nuestra Galaxia y fuera de nuestro Sistema Solar?

UNA SEÑAL DE OTRO MUNDO

Pero al conjunto de singularidades de Oumuamua, que podían considerarse de una rareza estadística, se añadía otra: la anomalía de su trayectoria. Cuando, el 9 de septiembre de 2017, Oumuamua experimentó una aceleración al aproximarse al Sol de 83 kilometros por segundo, su itinerario sufrió un extraño desvío. El objeto pareció haber cogido impulso a partir de la gravedad del Sol para salir despedido en otra dirección. Este desvío no es explicable como consecuencia de ninguna fuerza gravitatoria. En otras palabras «Oumuamua no se comportó como se esperaba». Tal y como expresa Avi Loeb en su libro extraterrestre: «Este fue, para mi, el dato más desconcertante de los que se acumulan durante las cerca de dos semanas que pudimos observar a Oumuamua. Esta anomalía, sumada a loas otras informaciones que los científicos habían amasado, me llevó a formar enseguida una hipótesis sobre el objeto que me enfrentó a la mayor parte del estamento científico».

Este «impulso extra» que habría desviado de manera significativa a Oumuamua con respecto a su trayectoria predecible es lo que constituyue una anomalía que, para Avi Loeb, es un indicio de su presumible naturaleza artificial. Aunque el consenso de la comunidad científica no comparte que Oumuamua sea una especie de «cohete espacial», Avi Loeb ha preferido abrigar la hipótesis de que se trate de un artefacto de factura extraterrestre.

El astrofísico argumenta que una de cada cuatro estrellas puede albergar un planeta que reúna condiciones de habitabilidad similares a las que se presentan en la Tierra. De esta manera, la posibilidad de que en distintos rincones de Nuestro Universo exista, o hubiera existido en el pasado, vida inteligente se multiplicaría hasta límites insospechados. En este contexto, Avi Loeb no se refiere a Oumuamua como una nave procedente de de otro planeta; más bien prefiere considerarlo un residuo tecnológico para la exploración espacial procedente de una civilización avanzada, en concreto una especie de «vela solar».

Emulando a los antiguos sistemas de navegación, la vela solar es un mecanismo de propulsión -complementario a los motores- que actualmente es utilizado por las sondas espaciales que aprovecha como las radiaciones estelares y los vientos solares para trasladarse por el espacio. Si Oumuamua fuera una vela solar, su grosor, según estimaciones de Avi Loeb, debería ser inferior a un milímetro: «La implicación era obvia. La naturaleza no había demostrado ser capaz de producir nada con el tamaño y la composición que sugerían nuestras suposiciones, así que algo o alguien tuvo que haber fabricado esa vela solar. Oumuamua tuvo que haber sido diseñado, construido y lanzado por un ser extraterrestre inteligente».

Tal y como reconoce el mismo Avi Loeb, su hipótesis de que Oumuamua es un artefacto extraterrestre fue muy bien acogida por los medios de comunicación, que lógicamente prefieren rellenar su parrilla informativa con titulares sensacionalistas que acaparen una mayor audiencia. Sin embargo, la mayor parte de la comunidad científica rechazó esta hipótesis tan audaz. ¿Acaso existe alguna otra explicación alternativa al origen de Oumuamua?

¿INTELIGENCIA EXTRATERRESTRE… O POLVO ESTELAR?

La astrónoma española Amaya Moro Martín, del Instituto para la Ciencia del Telescopio espacial en Baltimore (Maryland, Estados Unidos) y doctorada en Arizona, no comparte la romántica idea de que Oumuamua sea una especie de «mensaje en una botella» lanzada al espacio exterior por una lejana civilización extraterrestre. En un artículo publicado en The Astrtophysical Journal en febrero de 2019, demuestra que, a pesar de sus singularidades, Oumuamua podría tener un origen absolutamente natural.

Una posibilidad es que Oumuamua se hubiera originado en el anillo circunestelar o disco planetario que rodea una estrella joven y que puede ser el embrión de un sistema de planetas.

Según sus estimaciones, esta estrella joven estaría situada a menos de cien millones de años luz. Es probable que la «marea planetesimal», esto es, la formación de planetas a partir del disco protoplanetario que rodea a una estrella, se hubiera interrumpido para terminar fragmentándose en pequeños objetos del tamaño de Oumuamua. En virtud de esta teoría, Oumuamua sería el fragmento errante de la formación de un planeta que, por diversos motivos, no ha llegado a materializarse. Como variante de esta hipótesis, algunos astrónomos sugirieron que puede tratarse de escombro de un planeta que se habría destruido al pasar demasiado cerca del campo gravitatorio de una estrella.

«Si Oumuamua tuviera ese origen -explica Amaya Moro- sería extraordinariamente interesante porque su descubrimiento abriría una nueva ventana para estudiar los «bloques elementales» de los planetas y esto podría arrojar luz sobre los diferentes modelos de formación». La astrónoma también descarta que Oumuamua lleve errando en el espacio miles de millones de años y que su color rojizo es debido a la incidencia sobre su superficie de las radiaciones cósmicas.

Tal y como concluye Amaya Moro en un artículo publicado en Investigación y Ciencia en diciembre de 2020: «Vistas las peculiaridades de Oumuamua, lo más increíble es que ese tipo de objetos deben ser muy comunes. Sabemos que si logramos detectar ese cuerpo relativamente pequeño fue porque pasó cerca de la Tierra, y porque no hemos tenido la capacidad de ver objetos así hasta hace unos años».

A partir de un análisis estadístico, según Amaya Moro, Oumuamua, a pesar de su forma extraña, no sería una excepción entre los futuros objetos interestelares que nos visitarán en un futuro: «En la región planetaria de nuestro Sistema Solar, definida como una esfera con el radio de la órbita de Neptuno, habría como unos diez mil objetos similares. Oumuamua solo es el primero que se ha acercado lo bastante como para detectarlo desde que pan-STARRS entró en funcionamiento.

Si esos cuerpos tardan cerca de una década en atravesar la región planetaria, en promedio «deberían llegar unos tres intrusos al día».

NAUFRAGOS EN EL UNIVERSO

Apelando al famoso principio de parsimonia o Navaja de Ockham -formulado por el escolástico Guillermo de Ockham (1280-1349) que, en igualdad de condiciones, permite descartar la hipótesis más compleja en beneficio de la hipótesis más sencilla-, Amaya Moro y el astrónomo David Jewitt no parecen albergar dudas sobre el auténtico origen del extraño objeto que, inicialmente, generó tanta perplejidad entre la comunidad científica: «Teniendo en cuenta la máxima de que las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, la mayoría de los astrónomos consideran que Oumuamua no es más que un resto natural con forma extraña, procedente de algún lugar de nuestra galaxia».

Quién sabe, a veces es difícil aceptar la fría evidencia científica que, con pruebas y datos, dinamita cualquier fantasía alimentada cuando se contempla el cielo en una noche estrellada. Tanto para quienes prefieran seguir soñando con la posibilidad de que haya «alguien» más allá arriba como para los que se muestra más escépticos, en su libro Extraterrestre, Avi Loeb aconseja lo siguiente: «Cuando tengáis la oportunidad, salid y admirad el universo. El momento idóneo para hacerlo es, obviamente, por la noche. Pero incluso si el único objeto celeste que podemos discernir es el Sol de medio día, el Universo está ahí, esperando que le prestemos atención. Si hay algo que he aprendido es que el mero hecho de alzar la mirada nos ayuda a cambiar de perspectiva.

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2023-04-21T07:52:31+01:00abril 22nd, 2022|Astronomía|Comentarios desactivados en Oumuamua
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