EL EXPLORADOR DEL MÁS ALLÁ

Uno de los sabios más importantes que ha dado la humanidad, inventor de la bombilla, el fonógrafo y la cámara de cine. Dedicó los últimos años de su vida a fabricar una máquina para comunicarse con los difuntos.

La biografía de Thomas Alva Edison está repleta de episodios paranormales, e incluso después de muerto, el genial inventor aparentemente siguió inspirando desde el más allá diseños de aparatos para contactar con el mundo de los espíritus.

en 1920, Thomas Alva Edison, uno de los genios contemporáneos de la tecnología, apodado «el mago de Menlo Park» por ubicar allí su laboratorio, se despachó ante la prensa con las siguientes declaraciones: «Estoy trabajando en la teoría de que nuestra personalidad existe después de que aquello que llamamos vida abandone nuestros cuerpos materiales actuales». Pero si esta primera afirmación por sí sola despertó todas las expectativas de cualquier lector, la segunda manifestación de Edison provocó el estupor general: «Estoy comprometido, y lo he estado durante varios años, en la construcción de un aparato para comunicarme con los muertos». Viniendo de quien venía una noticia así, la indiferencia no era una opción. Inmediatamente la opinión pública se dividió en dos. Aquellos que consideraban tales aseveraciones una provocativa broma del inventor, frente a los que se tomaron muy en serio la propuesta.

El hombre que había sido capaz de atrapar un elemento tan sutil como la luz dentro de una bombilla, el sonido con su fonógrafo o el movimiento con su kinetógrafo, ¿acaso no podría capturar también el habla postrera de los espíritus?

TEÓSOFO CONVENCIDO

Edison mostró curiosidad personal por los fenómenos psíquicos desde una fecha muy temprana. El 5 de abril de 1878 solicitó su ingreso formal en la sociedad Teosófica. La propia Helena Blavatsky, fundadora de la organización, le había remitido un ejemplar de su obra Isis sin Velo, donde el inventor aparecía citado al tratar del descubrimiento de nuevas energía y su relación con la dimensión Astral.

En aquel momento, Blavatsky causaba sensación en Estados Unidos. Nacida en Ucrania, a su exotismo de cuna sumó numerosos viajes por medio mundo, a través de los cuales afirmó haberse puesto en contacto con los Maestros de la Sabiduría Antigua del Tibet y participado de sus enseñanzas secretas. Fruto de esa experiencia esotérica, la ucraniana comenzó a divulgar en prolijos libros y artículos una fusión de religión, tradición, filosofía y ciencia, repleta de orientalismo. Creó, de ese modo, una corriente de pensamiento que apostaba por el desarrollo de los poderes ocultos del ser humano junto a una visión radicalmente distinta de la historia.

Su doctrina terminó institucionalizándose hacia 1875 en una Sociedad Internacional que atrajo a numerosos intelectos inquietos de la época y reputados científicos. Entre ellos, al propio Thomas Alva Ediso, quien fue admitido como teósofo el 27 de agosto de 1878. El estadounidense recibió con entusiasmo el diploma que le distinguía como miembro: «Lo he colocado en mi caja de honor, que es un receptáculo donde coloco las recompensas al mérito», contestó a Henry Olcott, otro de los cofundadores y dirigente de la Sociedad Teosófica en Nueva York.

El mismo Olcott reveló en su biografía algunas conversaciones posteriores Edison que iban más allá de la mera especulación por la ciencia fronteriza: «Edison y yo empezamos a hablar de las fuerzas ocultas, y me interesó mucho el comentario de que había echo algunos experimentos en esa dirección. Su objetivo era probar si un péndulo, suspendido en la pared de su laboratorio privado, podía moverse por la fuerza de la voluntad. Para probarlo, había utilizado como conductores, alambres de varios metales, simples y compuestos, y tubos que contenían diferentes fluidos; un extremo del conductor aplicado a su frente, el otro conectado con el péndulo. Como no se ha publicado ningún resultado desde entonces, supongo que los experimentos no tuvieron éxito».

FENÓMENOS PARANORMALES

Nunca quedó del todo claro cuál fue el grado de compromiso de Edison con la teosofía. Opinan algunos biógrafos que el inventor mantuvo las distancias e incluso llegó a negar públicamente toda filiación, especialmente cuando Blavatsky cayó en desgracia acusada de fraude por la Society for Psychical Research. En cambio, la Sociedad Teosófica siempre mantuvo al estadounidense como miembro hasta el día de su muerte, a causa de la notoriedad que un integrante tan prestigioso daba a la organización. Blavatsky en 1890 refirió que «El Sr. Edison es un teósofo, aunque no muy activo. Sin embargo, el mero hecho de tener un diploma parece inspirarle las verdades teosóficas».

Sea como fuese y según afirma Neil Baldwin en su libro Edison. Inventing the Century, uno de los mejores estudios de la vida del «mago de Menlo Park», el profundo interés del inventor por cuestiones que hoy denominaríamos paranormales está fuera de toda duda: «En el segundo nivel de la biblioteca de Edison, de doce mil volúmenes y del tamaño de un gimnasio, situada en su complejo de laboratorios de West Orange, hay varios estantes dedicados a libros sobre el poder psíquico  y la reencarnación, incluido un ejemplar de La clave de la teosofía (1889) de Blavatsky, junto a El cielo y el infierno de Emanuel Swedenborg. En consonancia con su estilo de pensamiento expansivo y recurrente, Edison tomó como objeto de estudio no solo todo el mundo conocible, sino, por extensión, todo el mundo espiritual que pudiera asimilar humanamente. Y a pesar de que esta persistente inclinación a explorar los aspectos incuantificables de la realidad socava su credibilidad académica, Edison visitó y volvió a visitar estas esferas místicas periódicamente a lo largo de su vida, hasta el final».

Al margen de estos encuentros premeditados con lo insólito, Edison también vivió otras experiencias desconcertantes por sorpresa. Como relató en una entrevista para The New York Times en el año 1910: «Hay cosas extrañas, cosas que no se entienden en absoluto en la actualidad o que no se pueden explicar mediante la aplicación de las leyes conocidas. He tenido una experiencia real con un caso así, uno solo, pero que fue notable». Se refería a la ocasión en que un hombre se presentó en su laboratorio: «No me dijo quien era ni de donde venía, no dio ninguna explicación, excepto: ‘He venido a mostrarle algo maravilloso. Voy a asombrarle'». Tras semejante presentación, el enigmático visitante pidió a un colaborador de Edison que escribiera algunos nombres en un trozo de papel, «de tal manera que no podía ver lo que escribía por medio de la visión ordinaria, y no tocó el trozo de papel, sino que puso su mano sobre el hombre y leyó los nombres correctamente, como si los hubiera tenido ante sus ojos». El colaborador de Edison «había escrito los nombres en el papel en secreto, lo había doblado con fuerza y, durante un minuto, lo había mantenido apretado en su puño cerrado».

EXTRAÑA COLABORACIÓN

El «mago de Menlo Park» quedó asombrado, pero no tanto como para sucumbir a los encantos de lo sobrenatural. Su mente racional le impulsó a tomar aquella exhibición como un burdo efecto de ilusionismo, así que solicitó una segunda comprobación: «Entonces dispuse las cosas de manera que me quedara absolutamente solo con él en la habitación, para estar seguro de que no había ningún truco. Era mi propia habitación, en mi propio edificio. Lo sabía todo. sabía muy bien que se pueden hacer cosas extrañas a través de la hipnosis y, para evitar que ejerciera cualquier influencia de ese tipo sobre mí y me engañara, mantuve un problema en mi mente y seguí trabajando con el. Entonces le pregunté si podía hacerle algunas preguntas, y de nuevo me respondió: ‘Por supuesto escríbelas'». Para la ocasión, Edison formuló una incógnita más técnica que le llevaba bastante tiempo dando quebraderos de cabeza: «En ese momento estaba experimentando con mi batería y tenía dudas al respecto. No estaba muy seguro de estar en el camino correcto». Así que la pregunta secreta fue la siguiente: «¿Hay algo mejor para una batería que el óxido de níquel?». La contestación de su anónimo acompañante fue rotunda: «No, respondió sin abrir el papel, ‘no hay nada mejor’, e inmediatamente se marchó».

Como el propio Edison compartió al diario neoyorquino, «no he vuelto a saber de él ni a verlo desde entonces. Parecía haber esperado hasta que yo hubiera hecho esa pregunta y él la hubiera respondido, y entonces, satisfecho, se marchó. Parecía como si hubiera venido allí con el propósito de responder a esa pregunta y tranquilizarme. Tenía mucha razón. Ahora estoy seguro de que no hay nada mejor para un acumulador que el hidróxido de níquel».

VIDA TRAS LA VIDA

la experiencia causó tanta conmoción en Edison que reafirmó sus sospechas acerca de la existencia de nuevas y desconocidas potencialidades en el ser humano, lo cual no estaría exento de riesgos y peligros: Ese hombre hizo una cosa extraña. Esa es una de las razones por las que digo que podemos desarrollar un nuevo sentido, en el curso del tiempo, pero será material. La tierra, el aire, el mar y, sobre todo, el espacio, contienen toda clase de cosas de las que ahora no sabemos absolutamente nada. Hay un reino fascinante de especulación allí, y la especulación, a veces, es una cosa peligrosa. Ha llevado a algunas personas honestas por el mal camino, y llevará a otras personas honestas por el mal camino».

En esa misma entrevista concedida al The New York Times, Edison se pronunció públicamente sobre la existencia de vida después de la muerte. Acababa de fallecer el conocido psicólogo William James y, poco después del óbito, varios médiums  aseguraron haber contactado con el difunto. El «mago de Menlo Park» fue rotundo ante esta posibilidad: «No puedo creer en al inmortalidad del alma. No hay más razones para creer que un cerebro humano sea inmortal que para pensar que uno de mis cilindros fonográficos sea inmortal. Mis cilindros fonográficos son meros registros de sonidos que han sido impresos en ellos».

Sin embargo, dejó abierto un resquicio a la esperanza entre materialismo cuando concedió que «después de la muerte, la fuerza o el poder que llamamos voluntad perdura, sin duda; pero perdura en este mundo, no en el otro. Y lo mismo ocurre con lo que llamamos vida, o el alma, meros términos especulativos para una cosa material que, en determinadas condiciones, se mueve de una manera u otra.

También perdura en este mundo, no en el otro, Porque todavía no somos capaces de comprenderla, la llamamos inmortal. Es el refugio del hombre ignorante y perezoso. Hay muchos salvajes, sabes, que todavía llaman al fuego inmortal. Eso es porque no están desarrollados y son demasiado perezosos e ignorantes para cambiar su estado actual».

En realidad, Edison criticaba el fondo del asunto. Juzgaba que esos dilemas metafísicos estaban mal enfocados. Creía que la investigación de los fenómenos psíquicos de su época no iba bien encaminada. Entendía que, de haber algo extraordinario, tendría un sustrato material, no espiritual: «No niego que pueda haber un sentido superior a los que tenemos actualmente desarrollados, pero si tal sentido se está desarrollando ahora es material. Me inclino a pensar que estamos desarrollando nuevos sentidos. Los animales lo han echo cuando su entorno cambiante lo ha exigido, así que ¿por qué no habrían de hacerlo los hombres?». Lejos de ser un negacionista, Edison defendía que lo que entonces se consideraba milagro, mañana sería ciencia: «¿Las fuerzas psíquicas? ¿Lo sobrenatural? Simplemente palabras para cosas perfectamente naturales que, hasta ahora, no entendemos».

EL EXPERIMENTO DEFINITIVO

Después de estas explosivas declaraciones vino el silencio. Nunca más se supo del proyecto por boca del propio Edison. No obstante, él mantuvo su perseverancia en demostrar la comunicación con el más allá por cualquier vía. Pactó con su colaborador, William Walter Dinwiddie, que quién muriera primero intentaría ponerse en contacto con el otro. Dinwiddie era colega de la máxima confianza del inventor. Durante ocho años había ejercido como director de la división de discos e ingeniero de investigación y experimentación en el laboratorio de Orange. Falleció el 6 de octubre de 1920, pero no consta que enviara mensajes póstumos a su jefe.

Once años más tarde murió Edison y muchos se interesaron por lo papeles y anotaciones de su audaz propuesta. No fue hasta 1933 que la revista Modem Mechanix publicó novedades al respecto: «Durante trece años se han ocultado al mundo los resultados del asombroso intento de Edison de penetrar ese muro que se encuentra más allá de la mortalidad, pero ahora se puede contar la asombrosa historia». El artículo, daba cuenta de un ensayo secreto efectuado por el genial inventor: «Hasta hace poco, solo los pocos espectadores favorecidos conocían el resuldado de este sensacional experimento. Solo los pocos íntimos de Edison, reunidos como miembros de un clan místico, supieron alguna vez qué formas sobrenaturales se materializaron en el laboratorio del científico aquella noche para dar pruebas o desmentir la existencia del más allá».

Ocurrió una noche de invierno de 1920. «En una sala oscura de su gran laboratorio, rodeado de vasos de precipitados, generadores y otros equipos experimentales, Edison instaló una célula fotoeléctrica. Un diminuto rayo de luz, procedente de una potente lámpara, atravesaba la oscuridad y golpeaba la superficie activa de esta célula, donde se transformaba instantáneamente en una débil corriente eléctrica. Cualquier objeto, por muy fino, transparente o pequeño que fuera, provocaba un registro en la célula si atravesaba el rayo».

El dispositivo elaborado por «el mago de Menlo Park» se asemejaba a nuestros detectores de movimiento, que saltan cuando algo o alguien interrumpe su campo de infrarrojos. Como la revista precisaba, «si las entidades espirituales existían, Edison creía que debían tener algunos de los atributos de la materia ordinaria. De ahí su creencia de que si los espíritus existían podían ser detectados por ese ojo eléctrico. Edison pensó, incluso hasta el día de su muerte, que la vida en el hombre y en los animales era el resultado de la actividad de innumerables miríadas de los que él llamaba ‘unidades inmortales’, dotadas de una dirección inteligente dela vida y sus procesos».

Durante horas, todos los asistentes a la prueba estuvieron «observando los delicados instrumentos en busca del más mínimo indicio de una forma espiritual, pero no llegó ninguno. En viento aullaba por las esquinas del edificio del laboratorio, los espiritistas exorcizaban, pero los fantasmas, si los había, permanecieron en su morada de la eternidad. Los ojos científicos entrecerrados vieron que la aguja del medidor permanecía firme como una roca».

EL INVENTOR HABLA DESDE EL MÁS ALLÁ

En redactor de la crónica concluyó que quizá esos resultados negativos impidieron que tan sorprendentes experimentos se dieran a conocer al mundo. Si bien, todavía faltaban once años para el fallecimiento de su promotor. ¿Culminó Edison su revolucionario aparato con éxito?

En 1963, el periodista Wainwright Evans publicó en la revista Fate un artículo sumamente llamativo. Evans recordaba, en primer lugar, una entrevista que mantuvo en 1921 con el secretario privado de Edison, William Henry Meadowcroft, quien le comentó que el genio desaparecido manejó entonces la teoría de que aquella parte de nosotros superviviente a la muerte sería una réplica eléctrica del cuerpo tal y como era en vida.

Este amasijo fantasmal de electrones, conforme postulaba Edison, «sería capaz de emitir energía física y presumiblemente podría captarse su presencia a través de un mecanismo lo suficientemente sensible. Por tanto, se planteó el problema de diseñar uno que respondiera a los sutiles impulsos físicos que el organismo tan atenuado pudiera proporcionar». La dificultad radicaba en que Edison murió en 1931 y ya no estaba presente para continuar verificando sus hipótesis. ¿O tal vez sí?

Así lo creyó la denominada Sociedad para la investigación Etérica. Un grupo espiritista que poco después del fallecimiento del estadounidense trató de contactar con el a través de sus mediums y recibir instrucciones para continuar con sus experimentos. Como consecuencia de esas comunicaciones, J. Gilbert Wright, investigador de General Electric e inventor del caucho de silicona, y su socio Harry C. Gardner hacia 1941 intentaron, en primera instancia, localizar los apuntes técnicos del inventor sobre su aparato. Pero una vez quedo frustrado dicho empeño, ambos tomaron la decisión de reconstruir el prototipo.

De este modo surgió lo que bautizaron como «caja de sonido», la cual adoptó la forma de un cono de aluminio montado sobre un micrófono encerrado en una caja de resonancia. El dispositivo era alimentado con una solución de permanganato de potasio que actuaba a modo de electrolito una vez conectado a una antena, cuya base estaba sumergida en la solución en un polo y conectada al micrófono en el otro. El aparato de Wright y Gardner había sido forrado con material aislante al sonido. Tenía un pequeño agujero en un lado y contenía un micrófono que se conectaba a un altavoz que podía colocarse a distancia de la caja. La idea era que la caja de resonancia pudiera ubicarse cerca de un médium en una habitación oscura.

El ectoplasma proyectado desde el plexo solar del médium formaría, según la teoría, una laringe ectoplásmica dentro de la caja, entrando por el agujero. A través de la laringe ectoplásmica, los espíritus hablarían en el micrófono; y del altavoz saldrían la voces de los espíritus, altas y claras. Desde el más allá, Edison dio algunas indicaciones concretas. Por ejemplo recomendó el uso de la masilla de silicona inventada por Wright como revestimiento de la caja de resonancia. Sin embargo, todo fue en balde y la máquina parlante nunca levantó la voz pese al esfuerzo invertido.

LA PRIMERA PATENTE DE EDISON

Edison ideó un instrumento sencillo para el recuento mecánico de votos en 1868. Se podría colocar en la mesa de cada representante, tenía dos botones, uno para el voto en pro y otro para el voto en contra. Para tramitar la patente, Edison contrató al abogado Carrol D. Wright. El instrumento se llevó ante un comité del Congreso de Washington. Ahí el veredicto fue brusco pero honesto: «Joven, si hay en la tierra algún invento que no queremos aquí, es exactamente el suyo. Uno de nuestros principales intereses es evitar fraudes en las votaciones, y su aparato no haría otra cosa que favorecerlos».

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